Culpa, como estar bien

Entrevista Revista Cómo estar bien

Periodista: Carolina Genovese

¿Por qué se genera el sentimiento de culpa?

Pensada la culpa como figura de cuatro caras podríamos decir que se genera porque:

– es funcional al instinto gregario de especie: sentirla permite empáticamente darnos cuenta que estamos lastimando al otro y es por esto que podemos parar de hacerlo y así proseguir luego la secuencia de arrepentirnos por lo hecho, pedir perdón, reparar el vínculo y aprender de la equivocación. Todos los seres humanos de todas las culturas sentimos culpa –a excepción de los psicópatas- al darnos cuenta que dañamos a un otro. En función de esto es sana, constructiva, útil y necesaria.

– hay culpa que se alimenta de lo cultural-familiar-individual. Cualquiera de estas vertientes hace empleo de la culpa como mecanismo que convoca a lo más regresivo, opresor y sometedor. En función de esto acorrala al individuo, lo quebranta y lo deja inactivo. Una vez internalizados imperativos culturales y/o familiares, la culpa funciona anticipatoriamente, es antesala del castigo -fantaseado o real- proveniente del medio, la familia, o el propio individuo, en caso de desobediencia… El peso de esta culpa se contrapesa con la “pseudosatisfacción” de sentirse aceptado, aprobado, por ese o eso otro castigador. Esta es culpa infértil, inútil, parásita, sufriente, inmovilizante. Está en función de mantenerse como autómata al servicio de los designios de los otros.

– Está también la culpa de los “beneficios secundarios” que se obtienen por no asumir el deseo propio, por los costos que implica dejar demandas insatisfechas. Esta culpa es mochila de postergación, junto al pasaporte de la queja. Lo único que conlleva es malestar, padecimiento e insatisfacción.

– Y hay culpa que se genera cuando estamos frente a una persona manipuladora que de manera sutil nos quiere dominar o someter. Este tipo de personas, cuando sostenemos conductas que nos hacen bien -pero que van en su contra- inoculan culpa para que hagamos lo que ellos quieren. En este caso reconocerse sintiendo culpa es de gran utilidad, para poder identificar quién la está causando, a quién está beneficiando, y qué estamos haciendo con nuestra necesidad o nuestro deseo. Esta culpa aparece tal como se desarrolla el juego de acción-reacción de las bolas del billar: simplemente tenemos que identificar al que la está desencadenando.

¿Hay generaciones educadas desde la culpa a las que les cuesta más deshacerse de ese sentimiento?

Si. Hay sistemas culturales que pueden oficiar de vendajes a la visión, otros de visión con anteojeras. En las primeras, el sujeto no llega a la etapa de plantearse alternativas u opciones de conducta, no las puede ver, ya que ni siquiera dan lugar al deseo: la variabilidad de conductas aceptadas en estos sistemas culturales transitan rangos muy estrechos, no hay prácticamente diversidad conductual.

En otras culturas, como la nuestra –más aún en generaciones pasadas- la impronta de lo socio-cultural fue más sutil que en aquellas, pero igualmente intensa en cuanto a la presión ejercida sobre el individuo para que funcione de acuerdo a mandatos. A las personas que han vivido toda su vida haciendo “lo que se debe hacer” les resulta mucho más costoso y trabajoso aprender a vivir sin culpa, ya que tienen que aprender a ver las cosas sin la terrible anteojera de los valores pregnantes de la cultura judeo-cristiana, raíz influyente y condicionante de este tipo de padecer, de miles de años de hegemonía de esta cosmovisión que pondera el regocijo infértil en la culpa, en la culpa, en la gran culpa…

¿Qué pasa cuando son los demás los que generan culpa en uno?

Sucede que tenemos una gran herramienta para darnos cuenta a quién tenemos enfrente, si es alguien manipulador, dañino y destructivo, aunque hayamos racionalizado respecto de esta persona todo lo contrario. En este caso podemos utilizar a esta culpa de modo constructivo: como herramienta de conocimiento de los otros. Empleada así permite reconocer que ante algunas personas siempre se termina sintiendo culpa. De esta manera la transformamos en fuente de información incontrastable respecto de quién y cómo es ese otro: un manipulador, un dominador, un sometedor.

¿Cómo desembarazarnos de ella?

Primero que nada debemos registrar qué tipo de culpa se está sintiendo. En función de qué está. Qué la desencadena, qué la está motivando, por qué se está instalando. Si se daña a alguien: detener la conducta, aprender de ello, reparar. Si se repiten mandatos familiares o sociales: evaluar. Si otorga un cómodo beneficio secreto: optar. Si enseña sobre características de alguien: accionar…

Liberarse de la culpa destructiva requiere no quedarse a dormir en ella. Implica transitar el camino de vivir “haciéndose cargo”. Aceptar que todo no se puede. Abstenerse de la necesidad permanente de sentirse aceptado y aprobado.

Nos desembarazamos de ella asumiendo los costos que implica plantarse. Sosteniendo el deseo que se tiene en cada elección. Afrontando situaciones. Asumiendo la responsabilidad de tener que decir que no. Aprendiendo que la culpa autodestructiva es el pasaje sin escalas a la posición de “víctima”, cuyo único destino es el del regocijo infructuoso de pasar facturas retroactivas a los otros.

O se satisfacen deseos y necesidades propias, o se elige vivir en función del deseo ajeno. Sostener el deseo propio no es gratuito, pero no satisfacerlo implica sufrir, sucumbir, traicionarse a uno mismo en pos de regodearse en la aceptación, la no diferenciación, la no confrontación, la postergación… Lic. Fabiana Porracin
Psicóloga  (UBA) – Antropóloga (UBA) 


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